¿Pero qué era el amor en esa época para Diana? ¿Acaso eran aquellas muestras bobarronas y cursis, mostradas por cada una de sus insulsas compañeras de clase o era aquello, visto e idealizado por la literatura, las novelas y el cine? No, en realidad, no sabía Diana nada al respecto, a menos que ella misma lo comprobara con su experiencia.
¿Experiencia?, pues eso no lo tenía ella. Si bien tenia y siempre ha tenido, es una imaginación digna de un escritor profesional, de un poeta enfrascado en una pequeña botella de perfume, ¡ja! ¿Pero para ella qué era la experiencia?. Pues bien, era el momento pronto para ella de saberlo, y con ella, vendría pues, el amor. ¿Qué tal?
El mundo soso y aburrido para Diana, transcurría día tras día, en los cuales, su malestar de inconformismo y amargura con sus vivencias, era el constante martillar, en su pensante y profunda mente. Quería vivir mas allá de lo superfluo y momentáneo. Quería un mundo de experiencias significativas, que representaran para ella, el crecimiento personal y la luz que la alejara de las tinieblas de la banalidad y tontería, común en esos días.
Ese mundo insignificante y tortuoso para ella terminó una tarde de tantas, como muchas en rutina, pero diferente en significado y remembranza. ¿Qué era una tarde rutinaria?, pues no mas que hacer los deberes para el colegio, y de vez en cuando, con el único espíritu sensato y sereno de su mejor amiga Mayra, quien lidiaba su carácter, y quien disfrutaba los pocos momentos de chispa de Diana. Pero bueno, volviendo a la particular y única tarde. Diana y su amiga, daban una vuelta por su barrio, en búsqueda de unos elementos estudiantiles. Entre charlas adolescentes, uniformes de colegialas y risas, buscaban sin éxito, un lugar donde nos vendieran, algo tan sencillo como una hoja de papel examen y no era posible encontrarlo.
Dicen que el papel lo aguanta todo y, probablemente, también esta historia, y por supuesto, la búsqueda incesante de la tarde. ¿Cómo era posible que en las misceláneas del sector, no tuvieran eso? Pienso que el señor destino, deseaba que la atención de la joven Diana, fuera centrada en un nuevo lugar, que vislumbro desde la esquina y del cual aviso a su amiga. Ella, su amiga, pensó que no era posible que vendieran nada allí, puesto que el lugar se veía muy vacio. Pero Diana, no hizo caso e hizo que su amiga pasara la calle junto a ella, para entrar al lugar.
Entraron curiosas y expectantes, notando que, no había ni un alma por ahí, pero Diana, sin miedo y con seguridad, llamo para ser atendida, diciendo: “Buenas”, lo típico en estos casos. Volvió a llamar, sin saber que, de repente, en esos momentos, su vida se partiría en dos: desde la Diana mecánica y conformista, hasta la Diana trascendental, pensante y soñadora.
La vida en esos momentos, se convirtió en un dulce paraíso del cual brotaban hermosas creaciones de Dios, entre ellas, aquel hombre que conociera en ese momento, y que se convertiría en la razón de su sonrisas y su lagrimas. Ese “Buenas”, fue la llave para abrir la puerta a un mundo de sorpresas y maravillas, que traía consigo, este particular hombre que, volviendo a la historia, salió de su lugar, luciendo una imagen casi angelical y contradictoria, con una vestimenta negra, que hacia destacar de manera especial, su piel blanca. Su cabello rizado y medianamente largo, lo hacía lucir muy dulce y atractivo. Su cercanía me reveló en detalle, más maravillas en su ser: unos ojos claros y profundos y unas cejas medianamente pobladas, hacían de su mirada, dos ventanas limpias hacia un alma serena y cortes. Y más aún es mi sorpresa, cuando de sus labios, brota una voz profunda y hermosa, saludando a las dos niñas, simplemente diciendo “Buenas tardes”.
Sólo ese saludo, bastó, para que Diana quedara evidentemente sorprendida de la belleza de este hombre. Aun su impresión era superflua, pero solo le bastó, para seguir siendo atendida por este ángel y demonio del mundo, por este elixir de vida y veneno mortal, que acompañaría la conciencia y pensamiento de Diana, por muchos años.
Finalmente, después del breve encuentro con este misterioso hombre, del cual no se sabía su nombre y que atendió a las niñas con sutileza y amabilidad, impacto la rutinaria tarde. Ese suceso, se convirtió en la comidilla de las dos amigas, para suponer y reír. Para Diana, seria desde ese momento, el aliento y la sed, por conocer, quien era en realidad ese hombre. Lo único que sentía Diana, es que esa era la tarde del día mas feliz de su vida.
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